
Le dije que yo no creia en angeles custodios.
-Será porque tú no tienes ninguno –me respondió-. Yo sí.
Torció hacia atrás la cara, ordenó a alguien, invisible:
-¡El dedo, Raziel!.
Y, quitándose el sombrero, en un punto del aire lo dejó colgado.
Anderson Imbert.
1 comentario:
maestro imbert, gracias por el recuerdo constante
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