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A mediados del siglo diecisiete, los talleres hindúes y chinos producían,sumados, más de la mitad de todas las manufacturas del mundo.
En aquellos tiempos, tiempos de esplendor, el emperador Shah Jahan alzó el Taj Mahal, a orillas del río Yamuna, para que su mujer, la preferida entre todas sus mujeres, tuviera casa en la muerte.
El viudo decía que ella y su casa se parecían, porque el templo cambiaba, como ella cambiaba, según la hora del día o de la noche.
Dicen que el Taj Mahal fue diseñado por Ustad Ahmad, persa, arquitecto, astrólogo, también llamado por muchos otros nombres.
Dicen que fue construido por veinte mil obreros, a lo largo de veinte años.
Dicen que fue hecho de mármol blanco, arena roja, jade y turquesa que mil elefantes acarrearon desde las lejanías.
Dicen. Pero quienes lo ven, leve hermosura, blancura flotante, se preguntan si el Taj Mahal no habrá sido hecho de aire.
A fines del año 2000, el mago más famoso de la India lo hizo desaparecer, durante dos minutos, ante una multitud boquiabierta.
Él dijo que fue arte de su magia:
—Lo desvanecí—dijo.
¿Lo desvaneció, o al aire lo devolvió?
Eduardo Galeano